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5 oct 2011

Desenterrando el pasado (parte 3).

Durante esos primeros momentos juntos, no nos hicimos mucho caso, por no decir nada. Y, muy a mi pesar, reconozco que fue por mi culpa. En aquel instante, mi único centro de atención era aquella espectacular niña de diez años, todo lo demás pasaba a un segundo plano. David, claro está, se incluía en ese "todo lo demás". Especialmente cuando, a mi modo de ver, estaba estropeando mi ocasión de disponer de una chica mayor sólo para mi. De modo que me puse a enseñarle mis juguetes a Fátima, ignorando totalmente a su pobre hermano. Al principio pareció estar perdido, pero en seguida se encogió de hombros, se dirigió hacia mis estanterías y escogió uno de mis libros. Yo todavía no sabía leer, así que no tenía la suerte de poder sumergirme en el increíble mundo de los libros y, por ello, no era consciente de su valor. Recuerdo que contemplé a David sentado en el suelo de mi habitación, con el libro apoyado sobre sus piernas cruzadas, y pensé en lo aburrido que parecía.

En cierto modo es bastante gracioso. Ahora, cuando estoy en su casa y entro silenciosamente en su habitación, me encanta encontrármelo leyendo. Es una de las visiones más bonitas y reconfortantes del mundo: sus suaves manos agarrando con fuerza el libro, su cabeza inclinada con el pelo color azabache cayéndole sobre la frente, su expresión de estar a miles de años luz de distancia del mundo real, ajeno a todo cuanto sucede a su alrededor... En fin, me gustaría mantener el orden cronológico de los hechos en la medida de lo posible, así que intentaré no irme por los cerros de Úbeda.

Como iba diciendo, aquella noche no le hice ni caso. Cuando él y su familia abandonaron nuestro hogar, mi único pensamiento era Fátima y la alegría de que una niña mayor hubiese jugado conmigo. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando, al día siguiente, amigo de mi padre trajo a David a casa! 

- Mi mujer está trabajando y yo tengo que hacer unas compras - le explicó a mi madre -, ¿podríais quedaros con el niño? Creo que se lleva bien con vuestra hijita.

"¿Cómo que se lleva bien conmigo?", me dieron ganas de gritar. Sin embargo, consciente de la mirada severa de mi madre sobre mi, me callé y puse mi mejor cara de niña buena. Educadamente llevé a David a mi habitación y le pregunté que a qué quería jugar. Él me miró durante unos segundos, analizándome, y finalmente me dijo que si podía terminar el libro que había estado leyendo el día anterior.

- Eh... sí, claro - accedí.

David se dirigió a mi estantería como un bólido y tomó el libro entre sus manos, aunque antes me dedicó una breve, pero amplia sonrisa. No es un gesto frecuente en él. Si por aquel entonces lo hubiera sabido, seguro que me lo habría tomado como una señal de algo. Pero aún no lo conocía, así que simplemente me sorprendí un poco de lo mucho que cambiaba cuando no tenía su habitual expresión de seriedad.





















Pasado un rato, me aburrí de jugar sola mientras él parecía estar profundamente interesado en su lectura. Cavilé un tiempo sobre lo que podía hacer, y acabé decidiéndome por acercarme a David y preguntarle si podía leer con él.

- ¿Sabes leer? - inquirió.
- No - contesté, apesadumbrada - ¡Pero puedes enseñarme! - añadí de pronto.

Al principio, él se mostró reacio a hacer de profesor particular. Pero, viendo mi insistencia, accedió dando un suspiro. 

Nuestra primera "clase" fue un desastre, ya que ni él era buen docente, ni yo buena alumna. Sin embargo, durante aquella tarde, se desarrolló entre nosotros una conexión especial que ya nunca se rompería y que, con los años, no haría sino hacerse más y más fuerte.

2 comentarios:

  1. Cuanta ternura
    Me encanta en serio :)
    Seguiré leyéndote :D

    Un saludo
    LauNeluc

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  2. debe de ser la primera cosa tierna que escribo en mi vida xDD muchas gracias!!

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